sábado, 27 de diciembre de 2008

¡Prohibido pisar el césped!

...¿Qué es un fanático? Alguien que cree apasionadamente y actúa desesperadamente en función de lo que cree. Yo siempre creía en algo y, por eso, me metía en líos. Cuantos más palmetazos me daban, más firmemente creía. Creía... ¡y el resto del mundo, no! Si se tratara exclusivamente de recibir castigo, uno podría seguir creyendo hasta el final; pero la actitud del mundo es mucho más insidiosa. En lugar de castigarte, va minándote, excavándote, quitándote el terreno bajo los pies. No es ni siquiera traición, a lo que me refiero. La traición es comprensible y resistible. No, es algo peor, algo más bajo que la traición. Es un negativismo que te hace fracasar por intentar abarcar demasiado. Te pasas la vida consumiendo energía en intentar recuperar el equilibrio. Eres presa de un vértigo espiritual, te tambaleas al borde del precipi­cio, se te ponen los pelos de punta, no puedes creer que bajo tus pies haya un abismo insondable. Se debe a un exceso de entusiasmo, a un deseo apasionado de abrazar a la gente, de mostrarles tu amor. Cuanto más tiendes los brazos hacia el mundo, más se retira. Nadie quiere amor auténtico, odio auténti­co. Nadie quiere que metas la mano en sus sagradas entrañas: eso es algo que sólo debe hacer el sacerdote en la hora del sacrificio. Mientras vives, mientras la sangre está todavía caliente, tienes que fingir que no existen cosas como la sangre y el esqueleto por debajo de la envoltura de la carne. ¡Prohibido pisar el césped! Ese es el lema de acuerdo con el cual vive la gente.
Si sigues manteniendo el equilibrio así al borde del abismo el tiempo suficiente, adquieres una gran destreza: te empujen del lado que te empujen, siempre recuperas el equilibrio. Al estar siempre en forma, adquieres una alegría feroz, una alegría que no es natural, podríamos decir. En el mundo actual sólo hay dos pueblos que entienden el significado de esta declaración: los judíos y los chinos. Si da la casualidad de que no perteneces a ninguno de los dos, te encuentras en un apuro extraño. Siempre te ríes cuando no debes; te consideran cruel y despiadado, cuando, en, realidad, eres simplemente resistente y duradero. Pero, si te ríes cuando los otros ríen y lloras cuando los otros lloran, en ese caso tienes que prepararte para morir como ellos mueren y para vivir como ellos viven. Eso significa estar en lo cierto y llevar la peor parte al mismo tiempo. Significa estar muerto, cuando estás vivo, y estar vivo sólo cuando estás muerto. En esa compañía el mundo siempre presenta un aspecto normal, aunque en las condiciones más anormales. Nada es cierto ni falso, el pensamiento es el que hace que lo sea. Y cuando te empujan más allá del límite, tus pensamientos te acompañan y no te sirven de nada.
En cierto sentido, en un sentido profundo, quiero decir, a Cristo nunca lo empujaron más allá del límite. En el momento en que estaba tambaleándose y balanceándose a consecuencia de una gran reculada, apareció aquella corriente negativa, e impidió su muerte. Todo el impulso negativo de la humanidad pareció enrollarse en una monstruosa masa inerte para crear el número entero humano, la cifra uno, uno e indivisible. Hubo una resurrección que es inexplicable, a no ser que aceptemos el hecho de que los hombres siempre han estado más que dispuestos a negar su propio destino. La tierra gira y gira, los astros giran y giran, pero los hombres, el gran cuerpo de hombres que componen el mundo, están presos en la imagen del uno y sólo uno...

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